sábado, 1 de julio de 2017

Las cosas malas me hacen dudar (II)


Ese bloque me era muy familiar, ya sabía dónde estaba, me esperaba la película The Crow y la dichosa manta de ositos en casa de Ale.

- Sarah, no sabía hasta dónde debía conducir, ¿quieres subir? - me miraron por el retrovisor esperando alguna respuesta.

Vi el reflejo de mi rostro en la ventanilla, y me recorrió una sensación extraña, era una mezcla de asco y pena. ¿cómo había llegado a esta situación otra vez? Tardé un momento en contestar aunque me parecieron horas.

- No, no quiero ir a tu casa ¿podemos, ... podemos ir a otro sitio? por favor - y ahí estaba la fábrica de lágrimas de nuevo, en pleno proceso de fabricación.
- Vamos a mi casa - espetó Fabio.
Sin más Ale encendió de nuevo el coche y empezó a conducir, yo estaba ensimismada en mis pensamientos, dándole vueltas a ese adiós absurdo que acababa de vivir. Diez minutos más tarde estábamos en frente del portal del piso de Fabio.
Los tres nos miramos y Ale abrió la boca:
- Sarah, lo siento pero, que si quieres yo dejo el plan que tenía, es que había quedado con Alan y después de casi un año queríamos arreglar las cosas.
- Ale, no te preocupes estoy bien - sí, claro - me quedo un rato y me voy a casa.
- Princess de verdad, yo no sabía que iba a pasar esto, yo si quieres lo dejo para mañana y ... - no le dejé continuar.
- Cariño, no pasa nada estoy bien - rocé su brazo como pude - estoy genial y ya mañana quedamos, y hablamos, y me cuentas, mañana será otro día. Seguro que mañana veré todo esto con otra perspectiva.

Se dirigió al coche, con cara de pena, cómo cuándo abandonas a un perro, Nos despedimos con un triste gesto de mano. Fabio abrió la puerta y nos dirigimos al ascensor, sin mediar palabra. Llegamos a la planta pulsada, acercó su mano a mi hombro y me hizo entrar al piso. Fuimos hasta el comedor y allí nos quedamos los dos solos, sentados en el sofá, mirando al infinito de la enorme televisión de 55 pulgadas que estaba apagada, por no mirarnos a la cara. Yo no era capaz de mediar palabra, mi cabeza no regía demasiado bien, los pensamientos negativos no paraban de nublarla.

- Me puedes explicar que ha pasado esta vez, si quieres - la voz de Fabio sonaba pausada, creo que estaba haciendo un esfuerzo titánico para no gritarme y llamarme gilipollas.
- No lo sé - me eché las manos a la cabeza y empecé a tocarme el pelo, como siempre hago cuando me pongo nerviosa - la verdad es que no lo sé.
- Si no me lo quieres contar ahora, no pasa nada. ¿quieres tomar algo?. ¿Te preparo una infusión, o prefieres una cerveza sin alcohol? - se levantó y se puso en frente de mí, empezó a revolverse el pelo, en eso nos parecíamos demasiado, sabía que estaba muy nervioso.
- No, no quiero nada, ¿me puedo quedar? - no sé porqué salió esa frase desde mi cerebro, jamás le había pedido quedarme a dormir.
- Sarah, hoy no es buena idea, y lo sabes. Sólo quiero verte tranquila y llevarte a casa. Y no me vengas con que ya estás tranquila.
- Esta vez es de verdad, hemos dado carpetazo. Pero me besó, sonrío y después me dejó. ¿porqué me besó? - esa pregunta rondaba mi cabeza sin parar, no lo entendía.
- Yo no te puedo contestar - volvió a sentarse y me agarró la mano - yo no estoy en su mente, no sé lo que ha pasado, pero si no te quiere esto es lo mejor,
- ¿Lo mejor?, ¿lo mejor para quién?, no lo entiendo, es que no sé qué he echo mal. - y lo cierto es que me culpaba y no entendía nada.
- Pues lo mejor para ti, no puedes decidir por Él, no puedes decidir a quién quiere, en un futuro lo verás de otra manera.
- No me digas qué es bueno o no para mí, no es justo, no es justo, y no lo voy a entender. ¿sabes qué me ha dicho? que las cosas buenas le hacen dudar. - esa frase se repitió en mi mente demasiadas veces.
- Yo siempre he dudado de las cosas malas - dijimos al unísono. Sonreímos, nos miramos y decidí que lo mejor era que me llevase a casa.

- Escríbele, dile lo que sientes, dale un plazo, quizás tenga que pensar. - sentí que era la primera vez que comprendía por lo que Fabio había pasado todo este tiempo.

Y así lo hice, le escribí, me bajé otra vez los pantalones, aparté mi orgullo y allí estaba yo, a punto de mandar el whatsapp más idiota de toda mi historia.


Sé que no debería escribirte, y sé que me voy a odiar por esto, pero no lo estoy pasando nada bien, te quiero y te echo demasiado de menos. No te pido que me escribas. Ojalá pudiese volver al momento de ¿cómo te gustan los huevos? Hasta siempre

Enviar ... (doble check)

Fabio arrancó el coche y me llevó hasta casa, me dejé caer en la cama y no pude dormir durante días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario