domingo, 2 de abril de 2017

Venderte mil baratas quimeras

Era viernes y eran las 18:25 de la tarde, había llegado pronto, como siempre. Me encontraba nerviosa, titubeante, como una quinceañera esperando el concierto de esos grupos de cinco componentes por los cuales chillan, lloran y se pintan las caras con sus nombres.
No sabía a qué me tenía que exponer, otra vez el pánico y ese gusanillo que hace que tus tripas brinquen como si estuvieses montada en una atracción de feria.
Y allí estaba yo, esperando en mitad de una multitud, se me distinguía fácilmente, bajita, morena, pantalones rotos, una sudadera de los Sex Pistols, y unas Converse que siempre me acompañaban. Cualquier hipster me hubiese robado el look.

Lo vi llegar, con su aire de seguridad, esa media sonrisa que tanto añoraba, y esos ojos claros en los que me perdía tan fácilmente. Si se tratase de una película, de esas americanas, mientras se acercaba a mi, hubiese sonado You Sexy Thing de Hot Chocolate. Pero como esto es la vida real, en mi cabeza sonaba la música de la escena final de Muerte en Venecia. Tenerle tan cerca hacía que me temblasen hasta las pestañas. Sigo sin saber cómo ejercía ese efecto en mi, me sentía desnuda, desprotegida y expuesta.
- Hola.
- Hola.
Me acerqué y nos dimos dos besos fríos, como los que se dan dos extraños cuando se acaban de conocer. Otra vez esa sensación de repulsión se ahondaba en mí.
-  ¿Quieres ir a tomar algo?
Asentí sin mediar palabra. Sonrió de medio lado y se mordió el labio. Y ahí estaba yo, cayendo de nuevo en su red. Ni la abeja Maya caía tantas veces en la telaraña de Tecla ( sí, así se llamaba la araña de la serie)
Caminamos unos minutos, a mi se me hicieron eternos, tenía tantas cosas en mi cabeza, tantas cosas que decir
- ¿Aquí te parece bien?
Señaló a nuestro lugar favorito, una tetería marroquí, sin grandes lujos, un poco escondida y con un cartel un poco cutre, pero con la mejor tarta de zanahoria de toda Barcelona.
Me daba pánico entrar allí, nuestras rupturas, malos entendidos y discusiones se escondían en aquella última mesa de la esquina.
Nos sentamos, pidió lo de siempre y nos quedamos en silencio. Él, midiendo sus palabras y yo, cagada de miedo y sin saber qué decir.
- Me sorprendió tu mensaje.
- Ah, pues, ... No sé
Tan locuaz como siempre Sarah, a veces odiaba a mi cerebro.
- No sabía muy bien qué querías, y tampoco sabía que contestar.
- Ya, por eso tardaste dos días en contestar ¿no?
Por fin, gracias ironía por despertar.
- Sarah, por favor, después de tanto tiempo sin hablarnos. El otro día cuando quedamos, la verdad, esperaba otra cosa.
- ¿Otra cosa? Pues no sé, quizás yo también esperaba que en vez de pensar en tu moto, me preguntases al menos cómo estaba. Y creía que te alegrarías por mí.
Estaba indignada, ¿en serio era tan imbécil? Respuesta: SI
- Eres tan, tan ... Joder es que, no se te puede decir nada, siempre estás a la defensiva.
- ¿Soy tan qué?, ¿a la defensiva yo?
Y tenía toda la razón, siempre llevo mi escudo, mi espada, y mi capa por si acaso. Pero no le iba a dar la razón. Eso jamás.
- Sabes que tengo razón, rompes mis esquemas. Cuando digo que esperaba otra cosa, es que no esperaba que me contarás lo del libro.
- ¿Entonces?
Presionar a alguien no es la mejor manera de comunicarse, pero es que había que arrancarle las palabras. Siempre medía lo que iba a decir, la única forma de que fuese sincero era ponerlo entre mi espada y esa pared con dibujos árabes que tenía detrás de él.
- Entonces, ... nada.
Resopló, miró su taza y dio un sorbo.
- En serio, es que ¿no vas a decir nada?,  y  tu comportamiento del otro día ¿qué?, ¿me vas a decir que fue normal?
Mi negra del Bronx salió a la luz.
- A ver, como ya te he dicho es que esperaba otra cosa.
- Pero ¿qué cosa?
Me exasperaba.
- Pues, es que, no sé por dónde empezar.
- Por el principio ¿quizás?
Gracias cerebro por empezar a despertarte.
- ¿Ves? - resopló de nuevo, a veces soy insufrible - pues, cuando me escribiste que querías hablar, pensaba que te referías otra cosa. Me bloqueaste y de repente me escribes, pues ¿qué quieres que piense?
- Pues no lo sé, ya te dije que era una chorrada y que si preferías te lo podía decir por teléfono.
- Quería verte.
- Ya, claro, por eso te comportaste como un capullo.
En realidad después de decirme que me quería ver, me hubiese tirado a su cuello y le hubiese besado cómo si no existiese un mañana, pero mi orgullo y yo no íbamos a permitirlo.
- Te he echado de menos. Me molestó que sólo quisieras verme por ese tema. Creía que querías algo de mí.
Y me miró a los ojos, cómo sólo él sabe hacer.
- Me dejaste. ¿qué iba a hacer? No te preocupaste ni si quiera si llegué bien aquel día.
Mis defensas, mi orgullo y mi negra del Bronx desaparecieron.
- No me dejaste hablar, te fuiste sin más.
- Tampoco dijiste nada. Contigo es todo una montaña rusa.
- Bufff - resopló nuevamente - déjalo estar.
- Pero ¿qué esperabas que te dijese?
Empezaba a no entender nada, me había dejado, ¿esperaba que me pusiera de rodillas y suplicara su perdón? Era yo la dolida, a la que habían dejado. La que estaba sola cara a cara con una enfermedad que no sabía si iba a acabar conmigo.
- Esperaba que la noticia que me ibas a dar fuese otra.
Que hombre tan cansino.
- Pues no sé, fui sincera contigo.
Bueno, bueno, sincera... Quizás no le expliqué toda la verdad, pero eso no es mentir, es ocultar parte de la información.
- Es igual.

Y ahí acabó nuestra conversación, por llamarlo de alguna manera. Llena de sinsentidos y estupideces. Acabamos nuestra consumición y charlamos sobre cosas banales, trabajo, amigos, y cómo nos iba todo. Nos levantamos y pagamos.
- Ya invito yo.
Soy demasiado orgullosa cómo para que alguien me pague algo, aunque no tenga ni un duro, prefiero ser independiente hasta para esto.
- Vale.
Dios, porqué sigue sonriendo de esa manera. No entiendo cómo esa sonrisa me pierde tanto. Hace que me desvanzca internamente.

Seguimos caminando, de vuelta, ambos callados con las manos en los bolsillos y evitando el roce de nuestros cuerpos.

- Bueno, ¿te quieres sentar?
Aquella frase me dejó helada, Iceman me había contagiado y una parte de mí, pensaba ¿porqué no? en otro momento hubiese pensado en el dolor que me iba a producir todo aquello.
- Sí claro.
Olé por mí, no entendía porque mi boca hacía lo que le daba la gana. Iba completamente en su dirección sin pensar en mi cerebro o mi corazón.
- Bueno y ... ¿qué?
- Mira te voy a ser sincera, aquel día sí te quería decir algo, pero como siempre cuándo más te necesito, cuánto más te quiero, y cuánto más me aferro a tí. Tu decides huir.
- ¿Yo? Te fuiste tú.
Estábamos a menos de un metro y deseaba tenerlo entre mis brazos, besarle, abrazarle e hincharme a llorar.
- Yo no me fui, tú, tú me dejaste. parece mentira que no lo recuerdes. Toda mi vida a tu lado cogía en una simple bolsa, que no quise coger.
- Pensaba que querías volver, que todo iba a cambiar.
Me quedé estupefacta, ni de broma pensaba que esperase que quería volver, lo había pasado tan mal, no sabía ni por dónde empezar.
- Lo siento, pensaba que querías dejarlo. Lo dejaste bien claro. Mira, es que no sé por dónde empezar. Siempre haces lo mismo, cuándo peor estoy, me alejas.

- No es verdad.
- Si lo es, me alejaste y yo no supe cómo decirte que tenía cáncer.
Olé de nuevo por mí. soy la persona más idónea para dar malas noticias.
- ¿Cómo?

Se quedó blanco y acarició sin querer mi mano, y sentí la misma sensación que tuve el día que nos conocimos cuándo rozó mi mano. Sentí que el mundo se acababa en ese momento y que él era mi aire para subsistir.
- Sin comer, a ver por dónde empiezo. (pausa dramática como en las películas de los 80) Me han diagnosticado cáncer y tengo que empezar el tratamiento, o lo que sea, tengo visita con la oncóloga el lunes. El día que me dejaste me dieron los resultados; pero claro, estabas demasiado preocupado por otras cosas.
- Eh....
- Sí, siempre que te necesito, que sé que estoy mal, no estás. desapareces, no sé aún nada, no sé tratamientos, ni que voy a hacer. Lo único que sé es que tengo cáncer. Y no, no me mires con pena, ya veremos que pasa.
- ¿Porqué no me lo dijiste?
- ¿Para qué? ¿para darte pena? ¿para mantenerte a mi lado cuándo no me quieres?
- Yo, yo, yo te quiero.
De las pocas veces que escuchaba esas palabras de su boca, sentí como su calor inundaba mi cuerpo. tan vanas esas palabras en su boca.
- Sarah, te he echado de menos, no sabes cuánto. Cuando estoy contigo todo es genial, el problema, es cuando no nos vemos. Pero quiero intentarlo. Esta vez las cosas tienen que salir bien.

Mis cojones 33, esto equivale a: y una puta mierda. Pero ahí estaba yo, lejos de mi negra del Bronx, lejos de mi orgullo, lejos de todo, Era sentir que me quería y toda yo se derretía como un helado a las tres de la tarde en una playa en Huelva. Otra vez me subí a la montaña rusa, pero cómo todas las montañas rusas tienen principio y final.

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