viernes, 28 de abril de 2017

15 minutos

Quince minutos es lo que dura la sesión de radioterapia externa. Los efectos secundarios van desde el cansancio, que es lo más habitual, hasta el posible vómito, tos, dificultad al tragar, irritación de la piel del seno parecido a una quemadura; y lo más importante, posible endurecimiento de las arterias del corazón.
A tener en cuenta que nací con problemas en el corazón, eso me preocupaba bastante, correr más riesgos y tener un posible ataque de corazón, me tenía un poco en vilo.
La oncóloga me miró nuevamente muy seria.
- ¿Tienes alguna pregunta sobre el tratamiento?

Enmudeci, tenía mil millones de preguntas, pero me había quedado en blanco. Por supuesto mi negra del Bronx debía estar parajeando de nuevo en alguna parte de la cara oculta de la Luna.
Tan sólo agache la mirada e hice un gesto de negación con la cabeza.
Volvió a mirarme como mira un médico, cómo si todo aquello fuese normal y no tuviese que preocuparme por nada.
- Si necesitas ayuda, podemos darte cita con el psicólogo.
- No, no, estoy bien - y una mueca similar a una sonrisa temblorosa se apoderó de mí.
- No es necesario que te hagas la fuerte aquí - señaló el cubículo al que ellos llaman "sala" - ¿has hablado ya con alguien de esto?
- Si, sí, todo está bien
- Empiezas la semana que viene. En principio, el tratamiento será de dos meses con una sesión semanal. Es indoloro como te he comentado.
- Estoy bien, de verdad.

Me levanté, suspiré profundamente, y abrí la puerta con sumo cuidado. Giré el pomo a cámara lenta y salí de nuevo a la sala de espera. No pude mirar a nadie a la cara, todos eran enfermos como yo, esperando malas noticias. Estaba en proceso de asimilación. Realmente estaba pasando, tenía cáncer y empezaba el tratamiento en unos días.
¿Cómo debía reaccionar? No iba a llorar, no me lo podía permitir. Salí del hospital en plan zombie, pero como en la película 28 semanas en la que los zombies corren. No quería pasar más tiempo cerca de aquel hospital . Miré el móvil.

Mama:
- Qué te ha dicho el médico?
  Vienes a comer?
  (Emoticonos)

- Nada, mama, visita rutinaria. Todo bien.
  No, hoy no voy
  Nos vemos mañana

Ale:
- Te voy a buscar?
  Sé que me has dicho que hoy no querías ver a nadie. Pero si lo necesitas, cuenta conmigo.
  Darling, siempre voy a estar
  Vente a casa si quieres

- Tranquilo, estoy bien.
  Empiezo la radio el lunes
  Es indolora
  Todo ok (emoticono)

Él:
- Bon dia
  Qué tal ha ido todo?

- Bien
  Empiezo el lunes con la radio
  Ya te contaré
  Estoy bien (emoticono)

Fabio:
- Hola petarda
  Que haces hoy?
  Café y brownie?

- Holaaaaaaaa
  Hoy no, tengo cosas que hacer
  Hablamos

Diez mensajes chorras de grupo que no merecían prestar la más mínima atención. Me dirigí al metro como un autómata. Cogí el móvil, enchufé los cascos y le di al play. No quería pensar, pero casualidades de la vida ahí estaba HIM con su Join Me In Death. Ridícula casualidad, al escuchar la parte de la canción en la que dice: Won't you die, se revolvieron mis tripas. ¿en serio no iba a morir?
Es sólo un tratamiento, no te ralles. Mi negra del Bronx había vuelto, pero no era consuelo, la ironía y el sarcasmo no me iba ayudar en ese momento. Tan sólo quería encogerme, meterme en un agujero y gritar. Y gritar ¡¿por qué yo?!

Tragué saliva, respiré, respiré tan hondo como pude y expiré, como si con mi aliento se fuesen todos mis dolores de cabeza. Pero no era así, estaba a punto de explotar y empezar a llorar. Tragué saliva, y mi boca empezó a temblar, sin hacer caso a mis órdenes. Por un momento sentí que volvía a olvidar cómo respirar. Después de todo lo que había pasado en mi vida, esto no me podía hundir. No podía consentirlo. Pero ahí estaban mis lágrimas recorriendo mi cara a su libre albedrío, saqué un pañuelo del bolsillo; esta vez mi mente había recordado que tenía uno a mano, y me sequé la cara cómo pude. No quería que nadie me viese así; no quería la lástima ni la pena de nadie; ya me bastaba yo sola. Me coloqué las gafas de sol, y me dirigí a la playa; no sabía cómo había llegado hasta allí pero mi inconsciente me había dirigido allí.
Me senté en la arena a pocos metros de la orilla, me descalcé, dejé las deportivas a un lado. me quité los calcetines como pude y los coloqué dentro de las deportivas. Me levanté, me arremangué los pantalones hasta la rodilla y caminé hacia el mar. Sentí el agua helada en mis pies, y un escalofrío recorrió todo mi ser, apreté los puños de rabia. Estaba enfadada con el universo, no entendía porqué tenía que pasar por todo ese proceso. Miré al cielo, cosa que no me consolaba, era atea, si me moría sabía que no iba a pasar nada, no iba a ir a ningún lado. Sentía que se me estaba escapando el tiempo entre los dedos.
Me alejé del agua, y me tumbé en la arena, sentí que se estaban acabando mis días. ¿estaba siendo una cobarde? Y entonces, la fuente empezó a brotar, empecé a llorar cómo si no hubiese un mañana. Imploré al universo, internamente, un poco más de tiempo, quería existir, deseaba seguir teniendo sueños de futuro; pero ahora mismo lo más cerca de planes de futuro era pensar que me encontraba en una misión suicida. batallar contra la muerte. Estaba agotada mentalmente, no era justo, La vida debería premiarme, no joderme cada día más. Necesitaba un abrazo, un: tranquila todo va a salir bien; pero allí estaba yo, sola y quemando esos segundos valiosos. Estaba completamente segura que no iba a pedir ayuda y que iba a acabar pasando por todo aquello sola.
Dejé la mente en blanco, y me dejé envolver por la arena, había pasado más de media hora cuándo empecé a notar que otras gotas frías estaban mojando mi cuerpo, había empezado a llover. Estaba empapada, necesitaba que ese agua limpiase todo lo malo que sentía en ese momento, así que no hice ni el intento de levantarme. Cuando el frío se apoderó de mi cuerpo, mi cerebro reaccionó y dirigió mis pasos hacia casa. Miré de nuevo al mar, tiritando, clavé mis pupilas en el horizonte, la pena se tenía que ahogar en esa playa, volví a respirar profundo y volví a mi ser. 
Llegué a casa chorreando, fui al lavabo, encendí la ducha, me desnudé, dejé la ropa mojada tirada en el suelo. Estaba asqueada, cansada, abatida, derrotada, dejé de nuevo que el agua me recorriese.
Cogí la toalla y rodeé mi cuerpo con ella, agarré el móvil, no quise mirar ningún mensaje. 

Le echaba de menos, necesitaba su boca susurrándome al oído, necesitaba un abrazo de los que curan, quería quedarme en posición fetal apoyando mi cabeza en sus rodillas mientras acariciaba mi pelo y desahogarme. Pero no iba a pedirle ayuda, no iba a rogarle que me cuidase, no iba a suplicarle que me quisiese, no quería mendigar su afecto. Deseaba poder sincerarme y decirle que si tenía que morir, quería morir a su lado, que estaba cagada de miedo, que no entendía nada y que mis alas se habían roto y que dependía de las suyas para volar; que quería vivir, que esta lucha estando sola iba a destrozarme, que había dejado de ser la dueña de mi destino y dependía de que unas sesiones de radio saliesen bien. Pero no iba a hacerlo.
Nunca he sabido pedir ayuda, en eso nos parecíamos demasiado. En cuánto precisaba de Él, lo alejaba de mí. 
Saber que me creaba una dependencia me daba pánico, jamás había notado esa sensación y me asustaba.  
Directamente abrí su chat y decidí escribirle con las pocas fuerzas que me quedaban, los demonios del miedo se habían apoderado de mí.
- Creo que no es justo que pases por esto
  Lo siento 

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